A 40 años del “Alfonsinazo en Washington”: cuando el presidente argentino desafió a Reagan en la Casa Blanca

Un 5 de abril de 1985, Raúl Alfonsín vivía uno de los momentos más tensos e inolvidables de su presidencia: el encuentro con Ronald Reagan en el jardín sur de la Casa Blanca. A sólo 465 días del retorno de la democracia en Argentina, Alfonsín llegaba a Washington con la firme intención de defender el nuevo orden democrático en América Latina, pero se encontró con una emboscada diplomática. Lo que debía ser un breve acto protocolar de bienvenida, con salvas de cañón, banderas y banda militar, terminó convirtiéndose en una pulseada ideológica frente al líder conservador de Estados Unidos.

Ronald Reagan, acompañado de su esposa Nancy, tomó la palabra a las 10:13 de la mañana y sorprendió a la delegación argentina con un discurso que poco tenía que ver con el que había sido enviado previamente a la Cancillería. “La versión que tenía la delegación argentina del discurso de Reagan era, hasta horas antes, sustancialmente distinta”, recordó el enviado especial de Clarín, Ricardo Kirschbaum. El presidente estadounidense agitó el fantasma del “marxismo-leninismo” en Centroamérica, refiriéndose al triángulo entre la Unión Soviética, Cuba y Nicaragua, antes de pasar a los elogios protocolares a figuras históricas como San Martín y Alberdi.

Lejos de dejarse descolocar, Alfonsín respondió con firmeza. Enfundado en un sobretodo azul y sin levantar la voz, remarcó la herencia económica que enfrentaban las democracias nacientes. “Una deuda que en mi país llega a los 50 mil millones de dólares y en América latina en su conjunto está en alrededor de 400 mil millones de dólares”, lanzó, mientras Reagan se mordía los labios. Y agregó con tono adusto: “Esto conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia… Nosotros apoyamos la filosofía de la democracia, la libertad y el Estado de derecho que nos iguala”.

Alfonsín defendió con entereza la necesidad de evitar salidas violentas frente a las crisis sociales. “Pretender de nuestros pueblos un esfuerzo mayor, sin duda alguna es condenarlos a la marginalidad, la extrema pobreza y la miseria”, advirtió. Y apeló al principio de no intervención para reafirmar su visión de una región libre de injerencias extranjeras: “Estoy convencido de que a través del diálogo se podrán encontrar fórmulas de paz (…) sin injerencias extra continentales y afirmando desde luego, la libertad del hombre”.

A pesar del mal trago, el presidente argentino cerró su discurso con una sonrisa y un apretón de manos a su par norteamericano. Sin un guion escrito, logró hilvanar una defensa impecable de la democracia y el respeto entre naciones. Detrás de escena, el gesto del entonces vicepresidente George Bush de recibirlo en persona bajo un clima gélido fue leído como un intento de equilibrio frente a la hostilidad discursiva de Reagan.

La prensa argentina sintetizó el impacto de aquella jornada en una sola palabra: “Alfonsinazo”. Cuarenta años después, aquel duelo diplomático sigue siendo recordado como un símbolo de dignidad y firmeza política, cuando desde el sur, un presidente recién electo se plantó en la capital del mundo con las convicciones intactas.

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